martes, 26 de junio de 2012

Historia viva.

Miradas afiladas en el patio de cuadrillas. José Tomás y El Juli, frente a frente. El estreno del torero de Galapagar convirtió las calles pacenses en el metro neoyorquino en hora punta. La alfombra roja se desplegó en Badajoz desde pensiones, hostales y hoteles de cinco estrellas para inyectar más euros en un día que una película de Oscar. Compartía cartelera con un actor de máximo nivel, Julián López, y otro que no quiso ejercer de secundario, Juan José Padilla.

Los ojos de los rebosantes tendidos filmaron cada uno de los pasos del fenómeno de Galapagar. Espigado como un junco en el interior de su terno cobalto y oro, con el pelo encenizado y alguna tibia sonrisa dentro de su curtido rostro, saludó una grandiosa ovación junto a sus compañeros al desperezarse el paseíllo. Era el primero de su microtemporada de solo tres corridas.
Nueve meses después de su (pen)último paseíllo en Barcelona, sus telas parieron un espectáculo excepcional. Bestial la serie de broche. Al natural. Zurdazos antológicos, dignos de enmarcar en el mismísimo Museo del Prado. Como cantó Moratín a Belmonte, ofrece arrogante el corazón que hiera, tirando de la embestida con una pureza cristalina, sin trampa ni cartón.

Antes había toreado sobre ambos pitones con la verdad por delante, siempre por encima de un toro con el que todo lo hizo el fenómeno madrileño. De aperitivo había trasladado el runrún a los tendidos cuando se echó el capote a la espalda y quitó por gaoneras de infarto. La espada, pese a caer algo desprendida, desató la pañolada y dio una apoteósica vuelta al ruedo con el doble trofeo.


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