He buscado tu luz, pasos, rumor, alcoba y voz en las calles entregadas a
la pasión con flores que sueñan el cielo. Soledad en tus clausuras de verano.
Que pregona el jubilo en oración. Sin consuelo con candor corazón al vuelo. Abolengo
terciopelo alado de una reja labrada en el alma de los tiempos.
Sevilla siempre fue canela y romero. Hay una hermandad que desarrolo esa invocación
calé al Cristo de la Salud y a la Virgen de las Angustias: «Canela y clavo».
¿Fue acaso el capataz Gallardo, en una de sus arengas líricas a la cuadrilla de
palio antes de una levantá del paso de la Virgen? No se olvide que, en ese
palio, a la altura de la plaza San Pedro, fue cuando El Penitente, mandando la
levantá, animó a sus peones a que la dieran con tal fuerza que, como había
tranvías y por allí pasaba el de la Cruz del Campo, fueran «¡A los cables con
Ella!».
La chispa e ingenio de la Sevilla del siglo pasado, en gran medida la
aportaba la raza calé. Siempre con sutileza y arte marco los tiempos de una
Ciudad grande y llena de gracia.
Pero en esa Insignia de las fragancias que
trasminan el arte gitano, faltaba otra olorosa planta mágica y aromática, que
cuando se quema se lleva lo malo y trae lo bueno: el romero. Precisamente bandera
de estos parámetros es Curro Romero o a Primo
Curro Romero, según la generación que lo miente con el cariño de la misma
sangre.
Curro es canela y clavo cuando la gente iba camino de la plaza de los
toros el Domingo de Resurrección con ramitas de romero en el ojal de la solapa,
como si fuera el escudo de la hermandad. Y junto a los del Faraón, los nombres
de esos flamencos de canela y clavo: Lebrijano, Poveda, Pansequito, Aurora Vargas,
Marina Heredia, Eva Yerbabuena, José de la Tomasa (que fue aguaor del paso de
Cristo), Paco Cepero, Paco Suárez y Rancapino hijo.
Sevilla no debe olvidar sus raíces y saber cual ha sido siempre su mayor
potencial. Yo he visto a Curro Romero, que no es ningún beatón, sino hombre de
sentimientos, emocionarse hasta la lágrima viendo entrar al Cristo de la Salud
un viernes por la mañana. Su Cristo. Porque es el de los Gitanos. Los suyos. A
Curro Romero le pasa como le ocurría a Lola Flores, que, sin ser gitano, ni
cuarterón, ni cuchichí, los gitanos lo consideran uno de su raza, porque tiene
sangre de reyes en las palmas de las manos que cogían el capotito tan cerca de
la esclavina.
El pellizco en el alma siempre lo da esta raza que debe de ser potencial
en esta ciudad tan dormida. Constato que se lo sigue dando. Con tanto arte como
sus hermanos gitanos. Canela y clavo. y Romero. Y Sanseacabó.