lunes, 1 de octubre de 2018

La vida y sus quereres

Un marco lirico que hace cantico al aljibe donde la fortuna o ambición surten avara ironía de contraste, enfundando el movimiento contemporáneo, de nuestros días. Unos pétalos salpicados en cualquier casa patio de nuestra tierra, el aroma de un nazareno de vuelta, un palio con sus sonidos que arranca al andar, los trazos del toro en el albero baratillero, el alma desnuda de una calle a media tarde, un callejón con su rumor, una fuente y su murmullo inagotable, azulejos de loza alfarera, un abanico para olvidar el olvido, amores de madrugada, reja abierta al alba, aires que besan la mañana, quimeras nuevas y antiguas fundidas en deseos, melancolía en el cielo, terciopelo gastado, detalles  retales en tus ojos pendientes a tu corazón bohemio que rompe el ritmo probo. Porque los quereres en tu pecho han de soñar, dormir, morir.

Te sumerges en los candiles que baten la temporada taurina año 18 en nombres propios que hacen fuego del espacio vibre, revoluciones que matan mundo con anagramas de gamas calientes de lo inamovible. Andrés Roca Rey y Pablo Aguado conceptos diferentes pero que han dejado un sello en el rubor del clasicismo. Dicen de Sevilla, que es tronco del árbol paraíso. Pero hace falta ráfagas del espectro que abre sus arterias para avanzar. Miedo del conformista que no quiere moverse o del perfeccionista que vive en su altura. Muchedumbre llevados en falsa ilusión, engañados por el truco. Pocos se atreven a poner brazos en jarra, crispar puños de enfado, para no ser número y sacudir la mesa donde la magia emerge. Porque en esta tierra necesita en este siglo más artistas y vecinos que sepan elevar sensaciones de sublevación para avanzar.

Pedro Lacambra vivió en Triana calle San Jacinto, modelo celebre que se hizo a sí mismo, en el siglo XVIII y XIX donde lo conocía toda Sevilla y Andalucía. Tenía una fonda y café con su propio nombre, donde paraban grandes toreros, hombres de negocios, contrabandistas, ganaderos, bandoleros y artistas del flamenco, como los celebérrimos Antonio el Planeta, su sobrino Lázaro Quintana o Antonio Ortega El Fillo. Tan popular era don Pedro Lacambra en Triana, que los trianeros le sacaron decenas de coplas y romances que han sido transmitidos hasta nuestros días por el pueblo llano y sencillo, que no olvidó la esplendidez del contrabandista. En una de las casas tenía la fonda y el café, y en la otra, el almacén donde guardaba el género del contrabando: tabaco, lencería, licores y café, sobre todo. 

A ritmo de Lacambra y como si fueses el escultor de tu propia vida, porque lo eres, hunde los formones en la carne reseca del madero. Parece vanagloria, pero siente por segundos que no crees en contratos, que vale el impacto. Y como si fueses el mejor cirujano de la ciudad, debes acertar la geometría precisa nunca vista. Escribe en el tapete del duende para labrar y lograr una maravillosa travesía nunca vista o por lo menos distinta de lo habido. Está en tus manos.

Acierta en tu religión no como teoría cosmogónica, la pasión y muerte del señor no necesita grandes colegisladores, ni grandes artistas de ego que lleven la Semana Santa a desvirtuar la realidad del todo vale. Mostrando más una puesta en escena que el noble propósito. Debes saber diferenciar. Sevilla cruza la muerte con utilidad de pragmatismo. Ahí está la belleza y tu pensamiento medievo. Tu sentir romano, aritmética hecha fabula, recuerda no doblar lo neoestrambótico por los ojivales de lo ancestral. Que siempre se atienda al compas, exultante y animosa, de la rima. Sin demasiados melindres, dengues o remilgos.
Se debatirá sin duda que todo esto que se proyecta es costoso, mas téngase en cuenta que no tiene que ser ejecutado total e inmediatamente, sino a medio plazo, pues en lo justo es donde más brilla Sevilla. No en cuento a la necesidad actual, pero si a la futura Sevilla. Que la teoría sea el ensanche de la vieja Híspalis y la práctica, buscando su justa medida, siendo la finalidad de la bienaventuranza.

Singular devoción que adora el sevillano para agrandar su alma, con simple estampa o varias de ellas. Donde se representa la necesita de un equipo futbolero de la ciudad, un torero y una imagen divina para hablar con su compadre. Sentimientos turbios de explicar. Que nuestra filosofía no busque más que la pureza de cada momento, leyendas que sigan presentes y morir con lo justo, no extravagante. Que el silencio, imite al silencio en Sevilla. La brisa sea suspiro que no lleva a la herida del corazón de los nazarenos anónimos. Aquí no vemos pasar la vida, sentimos y vivimos cada segundo con una media eterna, el arrastre de una muleta en el albero maestrante, clavel vibrando en la canastilla de un paso y las tulipas chorreando las velas de nuestra pasión. Mientras una saeta siga partiendo la magia, noche y el ánimo en cualquier plazoleta, como insignia encendida por donde la rendija de la ilusión nos sigue iluminado

No hay comentarios:

Capirotes

  Funde el albor a plétoras, aunque se tracen las sombras, sentirás cómo el alma se ve desbordada por los clamores y las gracias que se tran...