Convento, palacio, calle y cualquier esquina
que doblemos en la ciudad nos muestran los siglos inconclusos parados en el tiempo.
Forja de hierro, la cal, el albero y su cielo azul dan vida a las sillas de
enea que están cargadas de historias a golpes de luz, tópico y corazón.
La cuaresma duerme los sentidos y llega
marzo con su sol disímil entonando retazos sobre el patio de nuestras almas
donde el dolor son bordes abiertos llenos de melancolía.
Estos 40 días son un transito hasta
nuestra Semana Santa. 40 días donde realmente el cristiano en estas tierras
soleares no dejamos de plegar la fantasía e invariable no romper la devoción de
nuestros mayores que nos invita a meditar la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Es recorrer su camino con la Cruz a cuestas, es pensar por
cuantos sufrimientos pasó por cada uno de nosotros, para salvarnos, para
redimirnos y glorificarnos. Esa es la misión de los Vía Crucis
cuaresmales.
En estos días de
ayuno y penitencia buscamos la misericordia vacíos
y huérfanos de su mirada, qué difícil se nos hace comprender que esto no ha
sido el final, sino el principio. En cada chorreón de sangre de una de sus
heridas brota nuestras promesas y en el iris de sus ojos reside la certeza de
que todavía quedan muchas misiones por cumplir.
Hay algunos Vía Crucis con especial calado
como el de la Pía Unión origen de la Semana Santa de Sevilla. Ese es el fruto
de un itinerario recorrido a base de tesón y esfuerzo, así como de compromiso y
alegría, cuyo colofón se ha resumido en la Casa Pilatos.
Todo merecerá la pena si el mensaje del
Evangelio cala en la sociedad en la que vivimos, más allá de debates puramente
estéticos. Las manos no hacen al hombre, sino su corazón. Y eso mismo ocurre en
cada cuaresma, que tiene tanto músculo para el cofrade que ha sabido abordar
esta envergadura con la seguridad de tener todas las respuestas con el pobre,
al necesitado, al falto de esperanza e ilusiones, al perdido, al que busca y no
encuentra. Porque no hace falta más para llegar al otro, sólo Verdad y Palabra.
Sólo Amor. Y es ahí justo donde empieza el camino del tiempo de espera y el
espacio que empezó hace mas de 500 años en el templete de la Cruz del Campo.
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