El alba y su
liso recelo
Aroma que
sueña con primavera
Nimbo para
cada cosa
Que fija la
medida precisa
Todo tan
desmedido como lógico |
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y la blancura dibuja su fantasía sobre las musas del desaire |
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saciado el
amor como novela. |
Se abre la
luna de mi infancia |
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Alumbrando fiestas en tradición |
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y el
ramaje movible del arte. |
la piel de unos ojos en el verso |
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tibio
cielo en la tarde, aquel año |
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Luciendo el
capote del recuerdo |
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Sombra de
añejo oro pulido. |
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Hoy es mi
pasado, alejando lo preciso |
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remembranza
al aire libre
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Sólo
quiero ver girar el arte El silencio
vistiendo la musa La magia
en sonrisa caudal El son
como loco imposible. |
Oración de
pardo vuelo La sal
bailando en fragancia |
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ese beso
tan grande del duende |
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que
sepulta lo ciego de mi pena |
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En la
noche pasmada por ti. |
Ahora que esta la ciudad sosegada y
en calma, echo de menos todo lo vivido y otros tiempos. La ciudad nace
eternamente cada mañana. Porque
empieza la larga metáfora de la vida del hombre en la ciudad con sus
tradiciones. En esta Sevilla tan eterna y con tanta vida hay, que hoy por la
mañana es como si la ciudad embarazada saliera de cuentas, las cuentas del
largo embarazo primaveral que han ido llevando los amantes de los ritos sobre
los mostradores de los bares de nuestra ciudad.
Si echamos
las cuentas de nueve meses atrás, veréis que la ciudad debió de renovar sus
sueños una mañana de junio, con romero, cuando estaba Dios por la calle entre
campanas. De tanto amor por nuestras cosas que hay en la mañana del Corpus
habría de empezar a cobrar vida un ser en nuestro interior, para buscar con desdoble
las musas de nuestras tradiciones.
Empieza el ciclo tan fugaz como la vida.
¿Sabéis por qué hay tanta vida en Sevilla? Sí, en parte porque Sevilla
estrena la vida cada mañana para prepararse de sus fiestas, vivendolo en
constante visperas. Todo está siempre preparado para que las plazoletas de los
barrios estrenen las manos de albero dibujando un corazón. La ciudad estrena
muchachas, las muchachas estrenan amores, los amores estrenan caricias, las
caricias estrenan fragancias. Se avecina después el frio invierno donde nuestras
abuelas nos enseñan el calor de la familia y sus sobores cuaresmales. Y
mientras esperando en los barandales están los rojos damascos.
Ahora que la ciudad está sosegada y en calma, también
me acuerdo de la memoria de los que construyeron este gozo. Lo alzo en bandera
artistas como s maestro Farfán y suenan Campanilleros. Lo pongo sobre la silla
del Pali en la calle Aduana y pasan las cuadrillas que tienen fuerza con gracia
sonando una sevillanas. Lo pongo sobre los versos de Rodríguez Buzón y vuelven
a mecerse las bambalinas por Caballerizas. La Sevilla en flor de José Andrés
Vázquez, o buscando la verdad profunda de esta tierra con Antonio Núñez de
Herrera, los pongo sobre la memoria de Manolito Sánchez del Arco. Juan Manuel
Rodríguez Ojeda, y su revolución. La voz perdida por las calles del gran
capataz Rafael Franco o Manolo Santiago, terminando con la Soledad en mi
soledad de Joaquín Romero Murube.
Echo en falta en la sociedad actual esos valores
inculcados por grandes artistas y la chispa, magia y arte del momento con personajes
que pasaron a la historia y que en la sociedad actual no tienen cabida o se difuminarían
por tener que ser todo tremendamente correcto y medido. Cuando Sevilla nunca
tuvo medida y esa era su gracia.
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