Memoria, vida y sombras que perfuman el silencio del
verano, glorioso esparto donde estalla el damasco y la buganvilla. El invierno
se inclina como dijo el poeta en la distancia o quizás como los buenos toreros
citando de lejos.
Los recuerdos en el salón donde la esperanza y el
olvido hacen sordina desierta de naufragar en el cautivo calor donde las
madejas del aire florecen en cinta.
Compas de una ventana abierta que retumba en el
sentir del sur. Bajo el peso aromado de añil doblada en la esencia de su reja.
El misterio descalzo y con su alma llena. Artesanos de luz y paciencia.
Devolviendo la dicha de nuestra vida.
Llega la luz de un largo atardecer de este junio tan
caluroso que está esperando las lágrimas de San Pedro. Cita donde Sevilla
reinicia su partida entre asombro de jardines, sorpresa de esquinas, tiempo
detenido, donde se oyen las campanadas de cualquier torre como voz cegadora en un recuerdo de fusiones mágicas.
La vida pasa de forma discreta, mostrándose serena atrapada
en callejon con su silla de enea.
Dejando su huella sin nunca despedirse, pues siempre te espera, mientras
nosotros en cosas baladíes. Humildes buganvillas sevillanas, dentro
de las murallas, junto a espadañas
gloriosas y torres triunfales, junto a
palacios y a conventos, surgiendo al pie de la torre que pregona su fidelidad
diciendo en latines que la más fuerte de todas es el nombre del Señor.
El verano es ilusión como los chavales jóvenes que
debutan en la Maestranza por mor de su sueño. Dibujando sus perfiles en versos.
Rostros de amor eterno. Cuando la brisa incesante borra los nombres, acto seguido se arrepienta de esa humildad,
citando en su soberbia al Libro de los Proverbios. Vuestro mérito, humildes
buganvillas sevillanas, es que me habéis emocionado cuando os he visto relucir
con mas fuerza cada primavera en gloria del paraíso de los arriates, con un
viejo sabor de tranvías perdidas melodías que nuestra juventud aún está
buscando entre medias combinaciones y tardes de ensueño.
Atardeceres tranquilos como preámbulo. Los nardos
tropicales que estallan como fuegos artificiales en honor de nuestra Virgen de
los Reyes. Las virreinales, azules, jacarandas; las blancas acacias que de
América vinieron, como de Australia llegaron las amarillas que alfombraron
estos días las aceras de la calle San Jacinto. Todas las flores de todo el
mundo las hizo suyas Sevilla.
Quizás en otras partes del mundo nunca tengan más
fuerza por su belleza…nardos, azahares, magnolios y jazmines dando color y
calidez, pero aqui forman su majestuosidad de forma tan diversa que hacen de
Sevilla que sea única por bandera.
Pues como dijo Andres Vazquez en su libro, “Sevilla
en flor” esta ciudad brota prendida en llama de fervor espiritual cuando un
ramillete de lisonjas gloriosas hacen reforzar nuestras costumbres. Y Sevilla
sabe redimir de forma perenne la diestra de cada momento para que se llenen de
vida. Al arrebato de tañer unas castañuelas para embriagar el ambiente.
Gremiales del viejo tiempo que siemre buscan nuestras Fiestas primaverales. Animos indecibles e invencibles en el perfume entreverados en una noche de verano como vetas de nuestro ser.
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