Luz de la tarde dormida.
Jazmín de novia. Amor desmedido en la caridad de una noche que busca sus llagas
y de forma oculta las heridas pregonan con sus luchas.
Claridades sin penumbras. Aroma, canto, saeta, júbilo,
oración, profunda sabiduría sin norma. Sencillez que nada oculta.
Sevilla, gracia pura. A contraluz
soñaba con el peso de la distancia de un amor que invento en ángulo recto como
epilogo de los jazmines que añoraba. Los
martillos en el yunque desgarran la voz flamenca, donde Triana acaricia una
media verónica.
Sevilla el color ha
brotado de ti, arde la alegría en tus patios y el portal angosto largo te guía donde
el encanto se hace sortilegio. Y las rejas floridas, cruz y cancela recibieron
heridas del arquero que vela de la Giralda novia y centinela.
No corren buenos tiempos
para las vanguardias y la transgresión, para lo desafiante, para lo litúrgico o
para lo ceremonial. No corren buenos tiempos para lo eucarístico, que no por
ello religioso. No hay espacio ya para lo incómodo o lo desafiante en esta
sociedad de desinfectante y espacios protegidos. No corren buenos tiempos para
la tauromaquia. Precisamente por ello, urge más que nunca defenderla. No
únicamente por la tauromaquia en sí, sino también por lo que representa.
Los toros son un arte
transgresor como también lo fue la Semana Santa porque hacen al espectador
-pasivo, incluso- ser consciente de la existencia de la muerte y el dolor. Sí,
el dolor. Y la muerte. La sociedad moderna parece querer vivir de espaldas a
ambas realidades y tratar algo que es cotidiano como un fenómeno marginal. Lo
hemos comprobado a raíz de la pandemia. Piensen en la trifulca que se armó, con
argumentos de deontología periodística mediante, por la publicación, en la
portada del diario El Mundo, de la morgue del Palacio de Hielo. Una sociedad
que pretendía seguir tratando la muerte como un fenómeno marginal cuando,
desgraciadamente, en aquel momento, era el máximo exponente de la
cotidianeidad.
Claro que los toros y la
Semana Santa son muerte, dolor y sangre. Pero el taurino y cofrade no es
taurino por ello. El abolicionista sí. El taurino y cofrade valora aprecia esa
lucha leal y valiente entre toro y torero o la pasión de Jesus. Los toros
reivindican lo estéticamente rompedor y vanguardista a la par que la eucaristía
pagana y la liturgia en una sociedad secularizada. La tauromaquia es conciencia
del peligro, la incertidumbre y el arrojo frente al abolicionismo de mirada
corta y sectarismo amplio.
Están las visiones de un
Cernuda que desmitifica, un Bécquer que cuestiona, un Antonio Machado que
descubre la Sevilla fuera de mapas y calendarios y que se enfrenta a la Semana
Santa desde su filiación liberal y republicana y sus presupuestos krausistas,
un Chaves Nogales que, con la lúcida ironía de sus crónicas,
desmonta el espectáculo o un Cansinos Assens que acierta a narrar la esencia
mitológica que conecta la fiesta con lo pagano. Una Semana Santa ajena a la
apropiación del nacionalcatolicismo y la beatería para rozar las fronteras del
delirio. Como así también ocurrió en el toreo en el pasado siglo,
ejemplo de ello el cordobés y grandes figuras que escandalizaban a los puristas.
Ahora todo debe ser muy correcto y nada transgresor. Ejemplo de ello se refleja
en el libro “Antes que Roma, Sevilla proclamo” donde se recoge entre otros al
gran Silvio y su leyenda.
El libro se puede
conseguir en el centro de Sevilla en las tiendas;
Marieta Artesanía, calle
cuna.
Artesanía Rodriguez,
Puerta Osario
Collage librería, calle Alberto
Durero
Capirotes Molina, calle alcaicería.
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